Juan Pablo II (Audiencia General: La cruz de Cristo nos llama a vivir en la verdad
- Eder Wilmer Carrasco Saavedra
- 12 may
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Sabemos que ya el comienzo de la enseñanza de Jesús en su ciudad natal lleva a un conflicto. El Nazareno de treinta años, tomando la palabra en la Sinagoga, se señala a Sí mismo como Aquél sobre el que se cumple el anuncio del Mesías, pronunciado por Isaías. Ello provoca en los oyentes estupor y a continuación indignación, de forma que quieren arrojarlo del monte "sobre el que estaba situada su ciudad...". "Pero Él, pasando por en medio de ellos, se marchó" (Lc 4, 29-30).
Este incidente es sólo el inicio: es la primera señal de las sucesivas hostilidades... Siguiendo el ejemplo de Jesús y de Pedro, aunque sea difícil negar la responsabilidad de aquellos hombres que provocaron voluntariamente la muerte de Cristo, también nosotros veremos las cosas a la luz del designio eterno de Dios, que pedía la ofrenda propia de su Hijo predilecto como víctima por los pecados de todos los hombres. En esta perspectiva superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que hayamos contribuido mediante el pecado a hacer que Cristo muriera por nosotros como víctima de expiación. También en este sentido se pueden entender las palabras de Jesús: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará" (Mt 17, 22).
La cruz de Cristo es, pues, para todos una llamada real al hecho expresado por el Apóstol Juan con las palabras "La sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: 'no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1, 7-8). La Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta llamada misericordiosa y, al mismo tiempo severa a reconocer y confesar la propia culpa. Es una llamada a vivir en la verdad.

COMENTARIO TEOLOGICO
La Cruz de Cristo, tan poderosamente iluminada por el Papa Juan Pablo II y la enseñanza perenne de la Iglesia, se erige como la paradoja suprema. Es la revelación más cruda del abismo de la pecaminosidad humana y nuestra responsabilidad colectiva por ella. Sin embargo, simultáneamente y de manera aún más profunda, es la manifestación incomparable del amor ilimitado, sacrificial y misericordioso de Dios por la humanidad. Como se afirma, "La Cruz de Cristo es, ante todo, la manifestación del amor generoso de la Trinidad por la humanidad, un amor que nos salva". El amor es el significado último de la Cruz. Nuestra salvación brota de la iniciativa de amor de Dios por nosotros, porque "nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; CIC 620). La iniciativa es siempre de Dios, nacida de un amor puro e inmerecido.
"Vivir en la verdad", por lo tanto, no significa ser aplastado por el peso de nuestro pecado, sino ser liberado por el conocimiento de que este mismo pecado ha sido encontrado y conquistado por un amor infinitamente mayor. Significa abrazar la profunda paradoja de que reconocer nuestra ruptura es la condición misma para recibir Su completa sanación y restauración.
El mensaje de la Cruz, con su llamada "severa" a la verdad y su oferta "misericordiosa" de purificación, es en última instancia de profunda esperanza. El viaje de reconocer nuestra parte en la Pasión de Cristo no conduce a la desesperación, sino a una gratitud más profunda por Su sacrificio y a un deseo más ferviente de vivir una vida digna de tal amor. Este es el camino de la conversión continua, un caminar diario en la luz, donde la verdad sobre nosotros mismos es constantemente encontrada por la verdad aún mayor de la inquebrantable misericordia de Dios. Las cualidades anheladas para una evangelización llena del Espíritu –"entusiasmo... fervor, alegría, generosidad, coraje, amor sin límites y atracción" – son también los frutos auténticos de una vida transformada por un encuentro genuino con la verdad de la Cruz. Cuando comprendemos verdaderamente la magnitud de aquello de lo que hemos sido salvados y el amor inconmensurable de Quien nos salvó, nuestras vidas deberían, de hecho, llenarse del Espíritu, irradiando la alegría y la libertad de los hijos redimidos de Dios.
Toda esta reflexión demuestra que la Cruz no es simplemente un símbolo o doctrina entre muchos. Funciona como la hermenéutica central e indispensable –la lente principal– a través de la cual debemos entender la totalidad de nuestra fe: la naturaleza del pecado, el peso de la responsabilidad humana, el significado de la verdad, la inmensidad de la misericordia de Dios y la esencia misma de Su amor. El discurso del Papa Juan Pablo II comienza con el conflicto inherente a la verdad de Jesús y conduce inexorablemente a la Cruz como punto focal para comprender nuestra responsabilidad ("todos...somos responsables") y el imperativo de "vivir en la verdad". La doctrina de nuestra culpabilidad universal por el pecado encuentra su significado más conmovedor en relación directa con la Pasión de Cristo. La llamada apostólica a "vivir en la verdad" (1 Jn 1, 7-8) está explícitamente conectada por el Papa a la Cruz. Las profundidades insondables de la misericordia y el amor de Dios se revelan de manera más concreta y abrumadora en el sacrificio voluntario de Su Hijo en la Cruz. Cada tema teológico clave explorado –pecado, responsabilidad, verdad, confesión, misericordia, amor divino, conversión– encuentra su coherencia, profundidad y poder transformador últimos cuando se interpreta a través del prisma de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Esto exige una espiritualidad profundamente cristocéntrica y específicamente pascual. Cualquier intento de comprender o vivir la fe cristiana que margine o eluda la centralidad y las verdades desafiantes de la Cruz será inevitablemente incompleto y superficial. La vida cristiana auténtica implica un retorno continuo al pie de la Cruz, pues es allí donde encontramos la revelación más clara de quién es Dios, la aleccionadora verdad sobre quiénes somos en nuestro pecado, y la gloriosa verdad de quiénes estamos llamados a ser en Su gracia. La Cruz es la clave que desvela los misterios más profundos de nuestra fe y nuestra existencia.
Eder Carrasco (Teólogo y docente)

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